En la mañana de ayer estuve en el Hospital de Santa Isabel, de León, realizando otra de mis sesiones de cuentacuentos. El acto iba dirigido al personal del centro, tanto en su condición de profesional sanitario como de pacientes, si bien acabaron sumándose algunas personas más. Con ellas compartí muchas de mis historias; desde aquella vivida en un país tan lejano como Benin a esa sentida en algún filandón, cerquita de nuestra casa.
Ciertamente, fue otro acto entrañable que habíamos aplazado en distintas ocasiones a causa de la pandemia. Me agradó esa cara de asombro del público asistente al descubrir la moraleja de cada relato, los aplausos entusiastas al final, ese compartir sincero tras bajarse el telón... Pero, en especial, me encantó la atención que me brindaron -cómplice, halagadora, respetuosa- durante toda la narración.
Desde ayer también, en la biblioteca del Hospital -como sucede en otros centros similares de nuestra provincia- habitan algunas de mis obras, habiendo quedado sus puertas abiertas para cuando quiera regresar. Lo haremos... Me reconocerán porque volveré a llevar mis libros en la misma bolsa de colores. Y es que, como aprendiera en aquel otro viaje a esa cuna de los cuentos llamada Persia, Moate sha keram... ¡Nos seguiremos contando!
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