Ante dichos argumentos -que procuré respetar sin juzgar-, mi gestión se acabó y la actividad solidaria salió adelante al margen de su concurso.
Así estuvimos sin más interacciones. Pasó octubre, noviembre, diciembre -con felicitaciones navideñas de ida y vuelta por wasap-, enero, febrero, marzo, abril, mayo... Y en este tarde de junio, rondando el final de curso, aquella persona me ha enviado otro mensaje de voz pidiéndome por favor unos certificados médicos relacionados con la COVID19, que le solicitan para hacer algún viaje al extranjero. Parece que son urgentes y, ciertamente, estaría en mi mano facilitárselos. Tal como me indicó de manera expresa, este martes contactará conmigo para concretar.
Prometo que no soy persona vengativa -de hecho, acostumbro a espantar rencores, a sabiendas de que acaban revolviéndose contra quien los guarda-, pero el karma me pide a gritos que le dé una oportunidad. A fin de cuentas, tampoco pasa nada por dar de vez en cuando alguna negativa, y en determinadas circunstancias como esta, mi formación y mi tiempo también valen su precio. ¿O no?
En cualquiera de los casos, ¡la solución, mañana!
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