Mi tío suele decir que lo que bien empieza puede no
acabar bien, pero que lo que mal empieza, seguro que acaba mal. Lo cierto es
que nadie se pone de acuerdo en cuándo comienza realmente esa Navidad. Abuelito
opina que el 22 de diciembre, coincidiendo con el sorteo de la Lotería. Mamá
cree que un poco antes para que así, en esa fecha, luzca ya nuestro belén. El
ayuntamiento encendió las luces de sus calles a mediados de mes. Papá adquirió
los regalos a principios del mismo. La televisión lleva semanas anticipándola
con sus anuncios. Y existen unos grandes almacenes que –si por ellos fuera-
dirían que es Navidad todo el año con tal de que les compremos.
El caso es que durante estos días he sentido mi
primera Navidad. ¡Y sin belenes, que esta fiesta no se vive en las figuras sino
en el corazón! Conocí la nieve, hicimos un muñeco con ella y le puse una
zanahoria por nariz, montamos el árbol con una estrella en su copa, tarareé los
villancicos que cantamos en familia, probé un trocito de turrón blando e
incluso –aun siendo más de los Reyes que de él- llegué a lucir un gorro del
mismísimo Papá Noel...
Nota: Párrafo perteneciente al relato "Concierto para Año Nuevo", incluido en mi libro "Nanas para un Principito".
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