Aun cuando con motivo de algún Día de la Madre ya dejé otra entrada similar, recojo un breve párrafo escrito sobre ella y que plasmé en mi libro "El azul marino", dedicado a mis padres por igual.
Aun a riesgo de parecer retórico, no encuentro calificativos para describir a una persona tan extraordinaria, tierna, buena, cariñosa, humilde, dulce, generosa, sufrida, sincera, entrañable… como Dorita, mi madre. Porque además de darnos todo y ser el eje de la familia, no hubo un solo momento que no estuviera ahí, pendiente de sus retoños, derrochando sentimientos y alegrías sin mayor interés que el nuestro.
Ella
decía que a pesar del tifus de los cuarenta, su infancia fue feliz. Tenía la
costumbre, diabólica costumbre en una criatura, de chuparse el pulgar de su
mano derecha. Alarmados por ello, el maestro y el boticario decidieron
solucionarlo según los cánones del momento. Cada vez que entraba en la escuela
le colgaban dos tablillas a modo de peto en las que podía leerse: “Teodora, la
chupona”.
En
cualquier otro caso hubiera sido motivo de burla por el resto de la
chiquillería. Pero aquella niña era tan especial que todos guardaron sus mofas
para cuando el travieso de Carlitos se hiciese pis en la cama.
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