jueves, 5 de diciembre de 2013

A propósito de mis abuelas

Me hubiera gustado haber conocido más a mis abuelas. La materna falleció de cáncer mucho antes de que yo naciese. Mamá nos habló de ella y conservo un grabado en el que sale ataviada de campesina.
Mi abuelo se casó en segundas nupcias, pero su esposa murió siendo yo muy pequeño. Recuerdo su trato cariñoso, las torrijas deliciosas; mi memoria no alcanza a más.
La abuela paterna se llamaba Concha; una señorita de bien, hija de estirpe nobiliaria con escudo grabado en piedra a la puerta de su hacienda. La costumbre de aquellos años establecía que en esas familias el primero de los varones sirviera en la milicia y la mayor de sus damas ingresase en un convento. Su hermano fue por ello alférez de caballería y batalló con su escuadrón al norte de África. Le concedieron una laureada por méritos de guerra. A ella, primera de entre las niñas, le habían asignado el papel de novicia. Incluso en una festividad fue elegida camarera de la Virgen para vestirla antes de salir en procesión. Sin embargo nunca le gustaron los hábitos, reiterando su oposición a semejante destino. Su padre se indignó. ¿Quién es una adolescente para decidir lo que quiere ser? La tradición es la tradición. Por fortuna su hermana pequeña sintió la llamada y decidió entregar su vida a Dios. Hizo votos y en ellos liberó a mi abuela de la norma establecida...

Nota: Párrafo perteneciente al relato El enamoramiento azul celeste, incluido en mi libro "El amor azul marino".

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