En mi literatura he procurado siempre cuidar la dedicatoria de cada una de mis obras. Así, aquella ópera prima titulada "El amor azul marino" fue sin duda para mis padres, Manolo y Dorita, quienes siempre lucharon para que sus hijos fueran buenas personas. Mi segundo libro, "Cartas para un país sin magia", quizás en un ejercicio de vanidad, me lo acabé dedicando a mí desde la convicción de que todo proyecto ilusionante comienza por uno mismo. El tercero, "Mi planeta de chocolate", fue para Transi, mi mujer, por la ilusión que transmite en cada uno de sus verbos... Así hasta la última antología, pensada para amigos o familiares que de uno u otro modo siempre han estado ahí.
En su pasión por el balonmano, nuestro Principito ha heredado esa querencia. De manera que tras regresar de su último partido -muy contento, por cierto, de cuanto lo ha disfrutado- nos ha ido enumerando a quiénes ha dedicado cada uno de sus goles. El primero a su abuelo Manolo, recientemente fallecido, con quien mantenía una relación entrañable... El segundo a su entrenador, por la confianza que le ha dado... El tercero a sus compañeros de equipo... Así hasta el último tanto, referenciado a personas que de alguna manera también están junto a él.
De modo que, entre ambos, nos seguimos empeñando en hacer bueno aquel viejo refrán, de tal palo, tal astilla, mientras conjugamos uno de nuestros verbos favoritos: dedicar.
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