Una tarde de aquel diciembre cierta vecina le advirtió a mi hijo que si de mayor quería ser médico preventivista como su padre tendría que estudiar mucho, esforzarse muchísimo y renunciar a un montón de cosas. En cuanto ella se fue, Manuel pequeño me anticipó que ante tantos impedimentos no tenía ningún interés en que en el futuro fuésemos colegas.
Una mañana de este enero, coincidiendo con la revisión anual bucodental, la odontóloga comentó al grupo de niños entre los que iba mi hijo que tenían que evitar todo tipo de dulces -caramelos y chuches incluidos- para no tener infecciones en su boca cuando sean adultos.
- ¿Y chocolate? -preguntó Manuel pequeño.
- Poco y solo de vez en cuando -le respondió.
Al salir de la consulta, el chaval ya me indicó que ante semejante renuncia tampoco le importaba tener caries.
Y es que en ocasiones nuestros mensajes pueden resultar contrapreventivos, obteniendo los resultados contrarios a los que podríamos pretender. Por ello, me lo digo a mí mismo muchas veces: ¡qué difícil resulta ser un buen preventivista!... ¡Y sobre todo, qué difícil nos resulta ser un buen padre!
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