Ella decía que
a pesar del tifus de los cuarenta, su infancia fue feliz. Tenía la costumbre,
diabólica costumbre en una criatura, de chuparse el pulgar de su mano derecha.
Alarmados por ello, el maestro y el boticario decidieron solucionarlo según los
cánones del momento. Cada vez que entraba en la escuela le colgaban dos
tablillas a modo de peto en las que podía leerse: “Teodora, la chupona”.
En cualquier
otro caso hubiera sido motivo de burla por el resto de la chiquillería. Pero
aquella niña era tan especial que todos guardaron sus mofas para cuando el
travieso de Carlitos se hiciese pis en la cama.
Nota: Fragmento perteneciente a mi relato La conveniencia azul turquesa, incluido en mi libro "El amor azul marino".
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