Al principio del principio, la mañana que el Relojero dio cuerda a ese reloj llamado Vida, los afectos, valores y sentimientos eran completamente ciegos. Tal vez porque Dios los creara en la última jornada y estuviese ya cansado para caer en tanto detalle, olvidó dotarles de visión.
A pesar de su grandeza, a pesar del resplandor de las tonalidades con que vestían, su mundo estaba vetado a la luz.
La Perseverancia rezó al Señor para que les otorgara el don de la vista. Oró de madrugada, al mediodía, con el ocaso. Junto a ella, la Caridad, las Virtudes, la Templanza. Hasta que un día el Todopoderoso accedió a su petición.
- ¡Una lista! –fue lo único que Él les requirió-. Necesito una lista con todos vuestros nombres para que el proceso sea ordenado.
Así lo hicieron, y uno a uno fueron plasmando sus datos en los distintos folios de esa relación.
El Amor, intuyendo que el orden pudiera influir en la adjudicación y absorto por las ganas de ver antes las cosas, hizo una pequeña trampa: intercambió su filiación por la de uno de los primeros en anotarse, concretamente por la Pasión. De manera que esta, inscrita desde el comienzo, pasó a ser de las últimas y viceversa.
Fue entonces cuando la lista cayó en manos de la Envidia...
Nota: Primeros párrafos del cuento titulado Lazarillos del Amor, incluido en mi libro "El amor azul marino".
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