Confieso que soy un médico raro, pues en mi día a día no atiendo a personas sino a poblaciones. Esto es, no trato con pacientes en un Centro de Salud sino con grupos en una Sección de Epidemiología. Esa es una de las esencias de mi especialidad: Medicina Preventiva y Salud Pública. De manera que me podréis encontrar controlando un brote, pautando una quimioprofilaxis a una familia o indicando las vacunas a algún colectivo de viajeros.
No obstante, esa parte clínica también va por dentro y siempre hay alguien que te busca como tal.
Este ha sido el caso de Carmina, una amiga de la familia que lleva demasiado tiempo con ese dolor de cabeza que nadie le quita. Su ginecólogo le dijo que puede deberse a los bucles hormonales que actualmente padece... Su fisioterapeuta asegura un origen postural... Su psicólogo lo atribuye al estrés nuestro de cada día... Su madre, al cambio de tiempo... Mientras tanto, su marido -sin otro argumento que la mera intuición- le insiste en que, sea lo que sea, no tiene importancia.
Con independencia de mi dictamen -que queda para el ámbito privado-, me llama poderosamente la atención como cada uno de sus referentes establece un diagnóstico para la cefalea de Carmina en función de su propia perspectiva. Cada cual le da el enfoque del cristal con que la mira: hormonal, psicológico, mecánico.... Una lente que a menudo nos anima a ser categóricos y a creernos en posesión de la verdad cuando esta resulta absolutamente relativa.
Quizás ahí radique el problema de tantos desencuentros. Quizá por eso mismo yo acabara siendo un médico epidemiólogo.
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