El pasado fin de semana tuve el placer y el honor de acudir como invitado a una celebración de lo más entrañable: las bodas de oro de nuestros queridos Katy y Antonio. Para ello y a modo de regalo, hice una versión de uno de mis cuentos, dedicándoselo expresamente a ambos bajo el título "La magia de vuestro amor".
Cien gracias, mil sonrisas, un millón de felicidades.
Hubo una vez, en el paraíso o allá donde fuese, que la primera pareja
de hombre y mujer que habitó la Tierra se preguntaba si tendrían alguna
característica que les distinguiera del resto de los animales.
- No acabo de ver diferencia alguna –exclamó uno de ellos-. Al igual
que el perro, la cabra o el lobezno respiramos, comemos, nos rascamos... Somos
similares a ellos. Incluso hay seres, como la gaviota, que disfrutan de un don
superior que ni siquiera los humanos poseemos: el de volar.
- Tal vez sea el poder del habla, la capacidad de comunicarnos
–respondió el otro-. Y de hacerlo a través de la palabra, con los gestos. En
ello nos reconocerán.
Aquella primera pareja siguió muy tranquila, pues ese argumento había
sido convincente. No obstante, apenas tardó una aurora en venirse abajo. Esa
misma mañana, mientras él se afeitaba, escuchó la voz de un loro que repetía
nítidamente la frase con la que ella le había despedido.
Dado que esa concesión era también disfrutada por otras especies,
decidieron debatir de nuevo sobre el tema.
- Quizá nos distinga la sonrisa –dijo ella-. Un gesto así, en
apariencia tan sencillo, refleja nuestros sentimientos. Será antídoto frente a
la monotonía, aspirina contra al dolor, belleza ante lo ordinario. Un sexto
sentido en el que nos reconocerán como seres humanos.
Esta vez sí. Aquella pareja quedó convencida de que ese don –el de la
sonrisa- les haría especiales.
Aunque apenas dos lunas después, mientras ella paseaba, escuchó las
carcajadas de una hiena. ¡No somos los únicos animales que reímos! De manera
que volvieron a debatir sobre el tema.
- Tal vez lo que nos distinga del resto de los animales sea soñar
–expuso él-. Soñar proyectos que mejoren el mundo; desde el amor, la música, la
ilusión. Soñar lo posible e imposible, con ahínco o por azar, y sin que nunca
dejemos de hacerlo. Porque podremos vivir un siglo, un milenio, una
eternidad... pero sin anhelos estaríamos muertos. En ello nos reconocerán como
seres humanos.
Aquella primera pareja quedó satisfecha con la nueva argumentación.
Este don –el de soñar- ponía el acento en la cualidad humana, convirtiéndose en
su signo de identidad.
Desde entonces creemos en tantas ilusiones, luchamos por ellas hasta
convertirlas en nuestra razón de ser. Lo hacemos serenos, sin que nos pillen
dormidos; y con imaginación, que por algo esta palabra comparte raíz con la de
magia.
Queridos Katy y Antonio: Como esta pareja del cuento, no dejéis nunca
de comunicaros, de sonreír juntos, de soñar… porque en estas tres cualidades,
además de reconocer vuestra condición humana, reconoceremos sin duda la Magia
de vuestro Amor.
Y colorín colorado, este cuento vuestro… ¡tan solo ha comenzado!
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