En este 11 de octubre, Día Internacional de la Niña, reviso unas líneas de mi libro Cartas para un país sin magia, dedicadas a una pequeña: Lida. Por circunstancias de la vida, asistí a su nacimiento en un lejano lugar... Y por esas mismas circunstancias, nunca más volví a verla. Si todo ha ido bien, el próximo seis de enero cumplirá 10 años. Mi esperanza sigue viva todavía:
...Me gustaría que Lida, y en ella
todos los pequeños de este país, tuvieran otra cosa aparentemente
extraordinaria: INFANCIA.
Me encantaría que su esperanza de vida fuera la de cualquier chaval español
aunque, tal vez, aumentarla de repente en los cuarenta años que hoy les separan
resulte un imposible.
Daría cualquier cosa porque sus probabilidades de fallecer antes
de los cinco años no fuesen, como son, del 25%. Que la fiebre tifoidea, una
enfermedad cuya vacuna no vale más que una ronda en cualquiera de nuestros
bares, no asome a sus juegos. Que la polio, prácticamente erradicada de nuestro
planeta, no le deje coja. Que su perro no muerda con rabia, que su agua oliese
a cloro, que en su mesa hubiera siempre primer plato.
Cierro los ojos y pido para que nadie la discrimine por el mero
hecho de ser mujer, porque no se case adolescente con un anciano de
conveniencia, porque ninguno la humille si se enamora de la persona equivocada.
¡Qué bien si tuviera un trabajo digno, parques sin minas que desvelen su sueño,
asistencia sanitaria cuando tosa, voz y voto en las reuniones de vecinos! ¡Que
su casa de adobe luciera dormitorio, leña su estufa, tizas para la pizarra!
Me da que estoy pidiendo demasiado. E incluso puede que, cuando
regrese a España allá por el mes de marzo, Lida sea solo un nombre, una foto,
un recuerdo.
No sé... Hace mucho frío, si bien esa pequeña ha llenado de Magia nuestro
corazón. Porque, sin duda, de magos es luchar así por la Vida...